Recuerdos de un discípulo

En mayo de 1943 desembarcó en el puerto de Buenos Aires el profesor Guido Beck. Comenzaba así un nuevo período de su vida. Comenzaba, también, una nueva etapa de la física en la Argentina. Beck había sido invitado por Enrique Gaviola para incorporarse al Observatorio Astronómico de Córdoba como investigador en física teórica. Desde entonces y en diferentes épocas, reunió allí a estudiantes de doctorado como Mario Bunge, Estrella Mathov, José Balseiro, Fidel Alsina, Damián Canals Frau, Cecilia Mossin Kotin, Augusto Battig y Ernesto Sabato. Con estos jóvenes de entonces, a los que llamaba "mis chicos", inició la primera actividad importante del país en el campo de la física teórica encarando temas actuales e inaugurando un estilo de amistad y confraternidad entre profesor y discípulos que los llevaba a compartir largas noches de discusión y trabajo. Seguramente se mostraba por primera vez en la Argentina que el trabajo serio no requiere un ambiente formal. En el hotel "El Cóndor" de l a Pampa de Achala, en una atmósfera cálida, fue el iniciador de los cursos de verano. Allí, con el "niño" Balseiro, el "pibe" Canals Frau y otros, demostró que pasear a caballo, dormir hasta tarde y trabajar hasta las tres o cuatro de la mañana no son imcompatibles con una gran actividad científica. Los resultados más importantes de esta física de la Pampa de Achala son quizá el estudio de las fluctuaciones de paquetes de fotones y una descripción de campos cuánticos de radiación que precedió desarrollos posteriores en la teoría de los láseres.

En agosto de 1944 Guido Beck y un grupo de 25 investigadores argentinos fundaron, en una confitería de La Plata, la Asociación Física Argentina, primera sociedad científica latinoamericana en el área de esta disciplina. Es interesante notar que, de ese grupo inicial, 14 eran estudiantes, lo que aseguró la vitalidad de la empresa. La mayoría de estos jóvenes eran alumnos y discípulos de Gaviola y Beck.

Después de ocho años en la Argentina. en 1951 Guido Beck partió a Brasil donde permaneció hasta 1963, año en que regresó a nuestro país para continuar la dirección de trabajos que quedaban inconclusos por la temparana muerte de su discípulo José A. Balseiro. La actividad del profesor Beck en los años que siguieron fue esencial para consolidar el Instituto de Física Bariloche - luego Instituto Balseiro- cuya situación era crítica tras la pérdida de su principal motor. Los nuevos jóvenes que se reunieron a su alrededor éramos Jorge Agudín, Leonel Menegozzi, Leonardo ascheroni y quien ahora escribe. Para nosotros, su conversación tenía el encanto de los relatos de primera mano sobre los jóvenes que hicieron la revolución cuántica, muchos de los cuales tenían, según sus propias palabras, "la edad cuántica', ya que habían nacido a principios de siglo. En Bariloche no sólo dirigió trabajos, sino que dictó clases regulares de Mecánica cuántica, Electromagnetismo, Teoría cuántica de la radiación y Mecánica estadística. Creó un ambient cálido y amistoso en las aulas y sobre todo durante los exámenes, que eran con masas o con tortas según la dificultad del tema.

Pero no sólo sus alumnos argentinos recordamos este rasgo sobresaliente de su personalidad. H. M. Nussenzveig, alumno y amigo brasileño, lo ha remarcado en palabras emocionadas de homenaje y ha rescatado también el recuerdo de científicos rusos que 40 años después de haber sido sus discípulos recordaban el clima afectuoso, la atmósfera cordial que enmarcaba las clases y las discusiones científicas sobre los más interesantes y novedosos temas de entonces, discusiones que culminaban a altas horas de la noche en la casa del maestro, en los suburbios de Odesa.

Sé que una biografía y una entrevista forman parte de estas páginas dedicadas a Guido Beck. Yo he querido rescatar un aspecto encomiable de su personalidad que signaba a sus discípulos. Diré, finalmente, sobre él, que asistió al nacimiento de las ideas más importantes de la física de este siglo que originaron una verdadera revolución filosófica y científica; que fue testigo y actor de esos acontecimientos en una Europa convulsionada y que trajo luego hasta nosotros no sólo sus conocimientos dino la sabiduría y la experiencia del hombre bueno forjado en esas difíciles circunstancias. Don Guido, como o llamábamos cariñosamente en la Argentina, desarrolló su labor científica teniendo presente que la ciencia es sobre todo un valor cultural, una actividad creativa en la que los protagonistas son tanto o más importantes que los resultados. En su peregrinar por el mundo transmitiendo su saber y su experiencia nunca perdió de vista la dimensión humana de su labor. Fue un maestro: enseño, sobre todo, con el ejemplo.

Arturo López Dávalos
Centro Atómico Bariloche.